PALABRA POR PALABRA. Premio Príncipe de Asturias

Antonio Muñoz Molina, Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2013
Soy uno de esos lectores fieles, irreductibles, de la obra de Antonio Muñoz Molina; uno de tantos. Uno de esos lectores que quedó atrapado en el universo literario de El jinete polaco y veintidós años después sigue placenteramente perdido entre los ecos de aquellas voces que tejen la memoria de un hombre, de un pueblo, de un país… enganchado al hilo de una historia que es también una declaración de principios, una forma de mirar el mundo, la realidad más cercana, la vida que tenemos entre manos. Tenía diecinueve años cuando lo leí, por casualidad, supongo que porque ganó el Premio Planeta ese año y a alguien en mi casa se le ocurrió comprarlo. Luego, ya se sabe, una tarde aburrida, exámenes a la vista… De algo tenían que servir los concursos literarios (antes, al menos, proporcionaban cierta popularidad al afortunado. Hoy en día parece más bien lo contrario: a menudo son los escritores quienes sirven de foco al premio con su apellido). El impacto que me causó su lectura puso los cimientos de mis intereses y gustos literarios. Deberle eso, conscientemente, a un libro, a un escritor, es una deuda difícil de saldar, por lo que uno se alegra enormemente cada vez que Muñoz Molina recibe cualquier tipo de reconocimiento público por su trabajo, como si su merecido éxito pudiera pagar también mi agradecimiento. Para la mayoría de la gente de mi generación, en aquella temprana juventud, la Segunda República no significaba mucho más que un dato histórico en un examen. Antonio Muñoz Molina forma parte también de un grupo admirable de escritores de este país que ha sabido transmitir y devolvernos, por medio de la literatura, la memoria de ese caos de modernidad, libertad, exaltación ideológica y traiciones que supuso la llegada de la República, así como de la posterior barbarie de la guerra y la humillación y persecución de los vencidos (temas que recorren novelas como Beatus ille, Beltenebros, Sefarad, El viento de la luna, La noche de los tiempos, además de El jinete polaco). Pero más importante que los argumentos de sus novelas es su voz, su genio narrativo. El ejercicio de la escritura como un arte en sí mismo, la observación meticulosa y el placer de representar el mundo a través de las palabras. Lo demuestra con sus artículos periodísticos y sus ensayos; cualquier cosa sobre la que escriba es una borrachera de la mejor literatura.

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